miércoles, 25 de agosto de 2010

Una sorpresa


UNA SORPRESA






¿Puedes dividir a los amigos por categorías como si fueran granos de café?

¿Puedes suicidarte más de doce veces la misma noche?

¿Puedes escribir con tu propia sangre que nunca has sangrado?

¿Puedes realmente mentirte a ti mismo, creerte un buen amigo sin serlo, morir mientras sigues vivo, llorar sin lágrimas y correr sin gravedad?... Yo puedo.



La tarde que te fuiste pude volar, volé por el mundo reflejado en el cristal de aquella copa de licor, ¡Qué licor tan amargo el de aquella tarde! Aquella copa tan solo antecedió a otra, una poco menos amarga, y esa es la magia del alcohol que quema las penas y las vuelve cenizas que se esparcen por nuestras almas disfrazándose de algo que ha perdido importancia. Así cada copa fue más dulce, cada minuto más corto, cada cigarro más negro y cada recuerdo más falso. Así la noche pasaba, pues te fuiste cuando ya era tarde, tarde para dejar algún día de amarte, tarde para comer, pero temprano para dormir. No sé si existió el amor cuando reímos o cuando nos envolvimos entre sábanas y besos, no sé si me amaste o fuiste el amor que imaginó mi verdad, mi propia realidad, pero mi realidad siempre fue payasos, sueños, colores en lo triste y énfasis en lo alegre, y tú siempre fuiste tan futuro que perdimos en el patio de recreo el presente que soñamos. Amé tu piel por el alma que escondía, por los sentimientos que encarcelaba, por el brillo que despedía.



Recuerdo nuestros crímenes, aquel año en que nos robamos enero, o el día en que matamos al Sol, la noche en que corrimos de la Luna y nos escondimos en ese callejón para que no notara que te habías robado un par de estrellas y ahora las usabas como lentes de contacto, cuando nos comimos el desierto y lo esparcimos en las playas, cuando partimos por la mitad el río, tengo aún en la memoria las montañas que derrumbamos en un suspiro y dos besos, siempre fue así muñeca, un suspiro y dos besos.



Matar enero fue tan fácil, todo un mes juntos, que el mes murió cuando dijiste adiós, matar al Sol, basta con no dormir una noche entera y estar inconsciente todo el día siguiente, cansados de tantas caricias y carcajadas y bocadillos improvisados. Comerse el desierto… aquella mañana en que caminamos sin sentido por la tierra en ese pueblo, llegamos a la costa, y nos sentimos tan felices de mirar la inmensidad del mar, de sentir la brisa que corrimos por ahí como niños o como locos llenando de polvo la arena, llenando de nada el todo y haciendo que todo fuera nada comparado con tus labios, partir ríos, derrumbar montañas, eran prácticamente pasatiempos mientras estuviste aquí, pero esa tarde en que te fuiste… se fue tanto de mí en tu boca y tanto de nosotros en tu adiós.



Quiero que recuerdes un día, tan solo un día, las veinticuatro horas de vida que malgastamos antes de tu partida.



-No somos otra tonta historia de amor- dije con la mirada de ilusión de quien no tiene motivos para sentirse con esperanza.

-Que sí lo somos tontito, te digo que eres un niño.



¡Pero qué íbamos a hacer! Si tú hasta te sonreías cuando mis labiecitos temblaban a punto de estallar entre malas palabras y maldiciones al cielo y a mí mismo.



-Te estoy diciendo que te amo, no te hagas la que no oyes.

-Que sí te oigo, pero no te creo, eres un tonto, no sabes ni lo que es el amor.

-A que te lo demuestro, te apuesto lo que quieras a que te lo demuestro.

-Pues te apuesto el resto de mi vida a que de aquí a mañana no me has demostrado nada.

-Pero dime cómo muñeca, un inicio, ¿qué te gusta? O…

-Me gustan las sorpresas, así de grandes como un niño que deja de respirar porque quiere un dulce o como el que dice que se va a matar por alguien y con las lágrimas de los presentes ve llorar a su amada y se desata el cuello para pedirle perdón, pero tú que eres un niño, qué vas a hacer.



Ahí fui yo, con toda la necesidad de presumirte con los amigos del barrio, a escribirte una carta y comprarte unos chocolates, era todavía de mañana, me puse el saco de lino y la pipa en la boca, me perfumé durante largo rato y me di una revisada en el espejo, corrí a buscarte con los chocolates en la mano, y la carta en el bolsillo. Me rechazaste con una mirada que casi me mató el amor, pero me quedaba poco, yo tenía que llegar a cenar a las ocho de la noche o ya no había cena en la casa, eran casi las doce del día y yo necesitando un diablo que me comprara el alma, una lámpara maravillosa, o lo que es lo mismo, una buena idea.



Apostamos el resto de tu vida, no podía perder la apuesta, yo ya era mayor de edad hace un par de años, y tú diciéndome que era un niño, después de años juntos. Desde la escuela secundaria besándonos y explorando lo desconocido. Lo caliente de tus piernas y lo inspirador de tus poesías, tus clases de baile y mis partidos de futbol, después los trabajos, y luego tú que te fuiste. Tan lejos, tan lejos que me olvidaste, y yo esperé entre la necesidad de secar mis lágrimas y el deseo de comerme tus labios, los escándalos de la Maya, que era mi perrita desde siempre, todas las noches que no me dejaban dormir y tu recuerdo que no me dejaba soñar en paz, y tú en otro país. De verdad me creí lo de construir un mundo para nosotros y disfrutarlo juntos. Me pintaba de payaso cada viernes y salía a verte ¿te acuerdas? Te contaba chistes y te mataba de la risa. Y lo de los martes en la mañana, los desayunos, los hot cakes que si no salían chicos salían enormes, tú con tus ensaladas y yo con mis burlas y los dos con nuestros corazoncitos guardados en cartas de amor. Éramos niños todavía, antes de tu viaje, recuerdo tu silueta desnuda que se entrelazaba con mis brazos y el sudor y el olor de la manzanilla bailoteaban por mi recámara casi todos los miércoles que nos escapábamos de la escuela para seguir construyendo nuestro mundo. Y ese día te fuiste, con la sonrisa en la cara y la promesa de no olvidarme. Yo te creí, te esperé, y llegó ese día en que me apostaste el resto de tu vida, y yo como un zapato roto buscando enmendadura caminé unas treinta veces el jardín de los Velasco, y tú en tu sillón esperabas la sorpresa, aunque ya ni me querías, pero tu egolatría se desnudó aquella tarde antes de irte de nuevo, y para siempre.



Me acuerdo como siempre me decías que tú eras una muñeca, sin imperfecciones ni bostezos, que te habían hecho a la medida de la vida que llevabas, sonabas tan seria con estas bromas, que si uno se reía hasta te hubieras enojado. Y te empecé a decir muñeca y me besabas con mayor entusiasmo, tú me decías “payaso”, y yo te decía “muñeca” y el viento decía “¡Qué felicidad!” cuando me tomabas la mano. Me extrañaste cuando estabas lejos, y los dos sabemos eso, aunque tú digas que no. Te escribí unas dos mil cartas, con sus dibujos y sus adornos.



Pensando en todo esto fue que esa tarde me vino la idea, mi primo hacía dibujos permanentes a la vuelta de tu casa y yo que nunca me atreví a tatuarme, fui me fije que no estuviera, y como ya lo había visto trabajar, sabía dónde estaban las cosas y como usarlas, me hice el tatuaje y fui con una máscara a tu casa, no toqué el timbre, entré por la ventana, te vi sola, con los ojos cerrados y esa sonrisita que nunca probé, porque la verdad es que nunca exististe en mi vida, ni antes ni después del viaje, nunca te importaron mis cartas ni mis lágrimas, ni mis gritos por el teléfono. Siempre tan petulante, diciéndome que no era nadie, y yo imaginé que nos robábamos enero. Llegó el momento en el que ya habían sido tantas las noches soñando con que eras mía que me pareció real, pero nunca nos fundimos en la misma cama, por eso caminé lentamente hacia ti, te miré como dormías, ladeé un poco la cabeza te cargué y cuando viste que un hombre enmascarado te llevaba a cualquier sitio comenzaste a gritar, así que te ahorqué hasta que te desmayaste y te traje a la casa caminando, llegamos pasadas ya las nueve de la noche y te llevé al túnel, al que nadie conoce, en donde hoy estoy, sabiendo que nunca corrí contigo de la Luna, ni derrumbamos montañas, eso lo hiciste tú, tú sola, mientras yo esperaba que quisieras estar conmigo. Aquella vez mientras entrábamos al túnel me quité la máscara y creo que en ese instante despertaste poco a poco y miraste el tatuaje, la punta de mi nariz roja, una mancha negra alrededor de mi ojo izquierdo, una sonrisa mal dibujada roja que tropezaba con mis labios y con la flecha debajo de mi ojo derecho. Siempre sería un payaso, tenía tatuada mi realidad. Pero tú, tú tenías que ser una muñeca, así que golpeé cada parte de tu cuerpo, sin tocar jamás las perfectas facciones de tu rostro, tomé aquel cuchillo y lo clavé tres veces en cada una de tus rodillas, te corté todos los dedos de las manos y de los pies y te envolví lo más apretado que pude entre sábanas y manteles, tus sollozos y lágrimas fueron necesarios para cumplir tu sueño, una auténtica muñequita que no podría jamás volver a correr de este enamorado payaso. Gritaste que estaba loco, y fue cuando miré la hora, caíste dormida, como un ángel y ya era tarde, tarde para dejar algún día de amarte, tarde para comer, pero temprano para dormir. Así que me sumergí en el licor llorando, con mi cara de payaso, que estará siempre ahí, esperando a que tú, mi hermosa muñequita despiertes, ya llevo días sin comer, pero es que quiero ver como abres tus ojitos, quiero que me digas si fue suficiente esa sorpresa para ganar la apuesta. Quiero estar contigo el resto de tu vida.

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