miércoles, 25 de agosto de 2010

LAS 2 PUERTAS

LAS 2 PUERTAS






La cama era suave, eso me parece. El clima era templado, de eso estoy seguro, pues la sábana que me cubría me mantenía totalmente cómodo, sin necesidad de abrir la ventana que alcanzaba a ver a penas entre la oscuridad de la noche al fondo del cuarto, esa gran ventana cubierta por la cortina color melón con grabados de floreros y flores, sin necesidad de estirar el brazo para jalar el cobertor doblado en la mecedora que permanecía totalmente quieta a un lado de la cama, la cama era suave, eso me parece.



Por debajo de la puerta de entrada (porque había una puerta de entrada y una de salida en esta habitación) se colaba una fresca corriente de aire que trotaba por mis párpados y mi frente, al ser la única parte de mi cuerpo desprotegida por la sábana. En realidad no era una habitación grande, a mí me parecía demasiado pequeña, e inclusive había mañanas en las que era casi insoportable el deseo de querer salir por la puerta de entrada y después de salir regresar por la puerta de salida, pero eso no era posible, y bien qué lo sabía yo. Desde pequeño con esa inquietud, cómo no la iba a tener, un niño de ocho años en una habitación que no le duraba más de veinte pasos para ir de la puerta de entrada a la de salida, ni más de quince para correr de la cama hacia el baño que está a un lado de la ventana del fondo, como no iba yo a querer saber porque esas reglas estúpidas y sin sentido.



Ya tenía yo suficiente edad para saber de qué se trataba todo esto, pensaba a los quince, a los dieciocho, pero llegaron mis veinte años y simplemente sabía que no podía entrar por la salida, ni mucho menos salir por la entrada.



Pero de lo que les quiero hablar es de la noche de ayer, la cama era suave, estoy prácticamente seguro que era suave, por entre la cortina alcanzaba uno a ver con la suficiente atención un par de estrellas que jugaban a atraparse con la Luna me imagino, pues de vez en vez desaparecían para volver a estar allí cuando las nubes se desplazaban lentamente de izquierda a derecha, y siempre de izquierda a derecha, ¿Por qué no ir de derecha a izquierda? ¿Por qué no salir por la entrada?, este cuarto era tan pequeño la noche de ayer, la noche de ayer en que mis veinte años fueron suficientes para hacerlo, me levanté lanzando la sábana lo más lejos que pude, la tomé en mis manos y la hice una bola, imaginando que fuera papel y que la cama no existiera, que la mecedora no estuviera ahí y que la ventana estuviese abierta, que las nubes reventaran en mil pedazos y que la luna se burlara vulgarmente de las estrellas que llorarían en un rincón por su extinción hace tantos años. Me levanté totalmente decidido, mi mano derecha alcanzó la perilla, mis ojos alcanzaron a leer el claro letrero que decía, “no se permite la salida por esta puerta”. Mi mano izquierda hizo el intento de detener a mi mano derecha por la muñeca, pero mi brazo derecho se rebeló, mis piernas se sintieron débiles, sentí una taquicardia insoportable, una jaqueca que luchaba con mi dolor en el estómago y mis náuseas, pero mis dientes se hicieron aliados de mi mano derecha y mordieron los dedos de la izquierda, pues era tanta la necesidad de salir por la entrada, la sangre corría por la comisura de mis labios, las lágrimas coloreaban mis ojos, y la luna se burlaba vulgarmente de mí, las nubes explotaron, mi mano derecha dio media vuelta a la perilla, el calor fue tanto, el escalofrío aún mayor, la cama desapareció, vi aquella luz a lo lejos, escuché la voz, esa voz que no decía ninguna palabra que yo pudiera entender, mi cuerpo ardía, las convulsiones fueron de menos a más mientras mi cuerpo se arrastraba involuntariamente hacia la parte de afuera, pero claro, por la puerta de entrada, sentí el llanto de los míos, sentí la tristeza, la agonía.
¡Cuánto quería volver a la cama! ¡Cuánto quería volver! ¡Cuánto quería salir por la puerta de salida!...

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